Los datos y las noticias alertan de esta problemática, pero ¿conocemos realmente qué es el ciberbullying? Para  Magalí Permanyer, socia de la Cooperativa Nus y formadora en prevención del acoso, es importante no confundir los términos. “El ciberbullying debe traducirse como acoso entre iguales en internet”, explica. «No es lo mismo que un ‘troll’ te acose a las redes, que lo haga uno igual». El ciberbullying tiene unas características propias y “por eso tiene ese peso social”, afirma.

Los  roles en el abuso de poder

“Si decimos que una persona “es” agresora, la estamos poniendo en un rol inamovible. Algo que tiene que ver con el perfil psicológico o el carácter”, dice Permanyer. Este proceso también afecta a la persona que está recibiendo el acoso, “amplificando su victimización y puede llevarla a pensar que es culpa suya, que realmente se lo merece”.

Un pensamiento que se suma a la dificultad de superar este proceso cuando se da por canales virtuales, ya que las personas que reciben el acoso saben que las imágenes quedan en las redes y no acaban de desaparecer nunca del todo “dificultando mucho la recuperación” emocional ante una situación traumática.

Es por este motivo que la experta en prevención recomienda tratar a los grupos “como pequeñas sociedades”, con sus códigos y normas. En la detección de esta «cultura de grupo» es donde comienza la prevención. El profesorado “hay que ponerse las gafas para ver cuál es la cultura del grupo que acompaña” para ver qué consideran positivo y qué no. «Si predominan las bromas pesadas, las transgresiones… ya te están dando una pista», explica.

Una pieza clave en estas dinámicas son los roles de los espectadores. «Hay que entender que el silencio ya es una respuesta», asegura Casellas. A pesar de que muchos jóvenes “tengan miedo de ser los siguientes al ser acosados ​​si dicen algo”, los espectadores tienen “la capacidad de pedir ayuda con más facilidad que aquella persona que lo está sufriendo en primera persona”.

Factores de protección

Otro elemento importante es “crear canales de confianza”. Para Permanyer, esto va de la familia hasta la escuela y pasa por tener espacios de comunicación sólidos y sinceros -que pueden ser difíciles de generar pero que son muy necesarios- con las personas adultas del entorno. También garantizar que se puede hacer una denuncia de forma anónima, como ya proponen algunas aplicaciones para móvil.

Esta protección de la persona alertadora debe ir acompañada de unas medidas tangibles para ayudar a resolver la situación y “romper el mito de que pedir ayuda no sirve porque las personas adultas no pueden hacer nada”. Permanyer apunta que es primordial cuidar la participación vinculante de las criaturas y jóvenes en sus centros educativos, estableciendo así una cultura en la que el alumnado siente que su voz es escuchada y puesta en valor.